Atraparon mis pupilas las tuyas, con la delicadeza de la mano que acaricia la superficie de un lago en calma. En ese mismo instante murió el ayer y el hoy agonizó en una placentera sonrisa, mientras el mundo se desdibujaba a nuestro alrededor.
Tú que me regalaste un amanecer cuando más sumergida estaba en mi propia noche.
Tú que sanaste mi alma entre suspiros sin pedir nada a cambio, si cierro los ojos, aun en la distancia, puedo sentirte respirar.
Gracias por devolverme a la vida, por recordarme que puedo ser feliz.
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